Capítulo 4: Loen

Liathor sabía que los medios de información le esperaban, impacientes, en la Sala de Comunicación. Tras despedirse de los Mandatarios, se dirigió a atenderlos, tal y como hacía al término de todas las reuniones de la Asamblea. El cansancio y el aburrimiento de los periodistas desapareció cuando vieron entrar en la habitación a un Liathor serio, con cara de querer dar pocas explicaciones a los diarios electrónicos, a los medios de transmisión por voz y a los que usaban señales visuales y auditivas, que dependían de los datos que les proporcionaba la Presidencia.
Así, las cámaras–robot y los micrófonos estaban situados permanentemente en el lugar, y las cadenas se conectaban, gratuitamente, a las mismas. Se pretendía evitar el tumulto y el numeroso aparato técnico que, además de incómodo, resultaba inseguro. Era en una estancia contigua desde donde se controlaban todos los instrumentos, siendo ésta la única queja que presentaban los medios: los operadores buscaban siempre una parcialidad que a Liathor le disgustaba, pero que los responsables de imagen obligaban a realizar porque, en realidad, las limitaciones sólo se imponían para preservar la favorable emotividad que producía la institución de la Presidencia.
Por tanto, los periodistas sólo se limitaban a preguntar, porque incluso los responsables de la prensa veían cómo el programa del ordenador central de palacio se encargaba de transformar en palabra escrita lo que decía el Presidente. Eso sí, en sus respectivas redacciones debían elaborar los artículos que, después, cualquier ciudadano podría leer en su ordenador doméstico o en su televisor interactivo. Era cierto que quedaban residuos de la prensa tradicional (algún periódico salía todavía impreso en papel), pero poco a poco iban desapareciendo.
– Discúlpenme por la dilación, pero es que la reunión de hoy ha sido realmente larga –comenzó a decir Liathor nada más sentarse.
Los murmullos empezaron a recorrer la sala.
– Comprendo su curiosidad por conocer el contenido de lo dicho en la Asamblea, pero entiéndanme cuando les digo que nada les puedo comentar, pues la reunión se terminará mañana. –La decepción, unida a la protesta, invadió el lugar. Incluso alguien lanzó algún silbido, algo que no gustó a los asesores del Presidente–. Lo que sí quiero que sepan es que el balance de este encuentro es, en mi opinión, muy positivo. En definitiva, si algo va a ocurrir después de este período de silencio, tengan en cuenta que será bueno. Tal vez mañana por la tarde puedan saber más, pero, de momento, sólo se lo aventuro como una posibilidad.

Liathor era consciente de que contar la verdad o no dependía sólo de lo que los Mandatarios decidieran al día siguiente, y en previsión de una negativa de los mismos debería buscar una solución para argumentar el porqué de aquella reunión tan excepcional. Ya lo había hecho otras veces, sobre todo antes de la guerra y ocultando diferencias entre Mandatarios. Pero era una opción que no le gustaba tomar...
– ¡Señor Presidente! –gritó repentinamente Salia Dut, eminente periodista de la corporación periodística REITV–. ¿Puede decirme si la Asamblea ha...?
Salia no pudo terminar su pregunta, pues Liathor enseguida la interrumpió:
– Perdonen, pero no voy a contestar a ninguna pregunta. Sólo he venido hasta aquí para transmitirles el citado mensaje de tranquilidad. Tengan confianza en mis palabras. Les remito a mañana. Buenas noches.
Entre murmullos de asombro, pero también de indignación, Liathor abandonó la Sala de Comunicación. No le gustaba dejar tal incertidumbre en la opinión pública, mas no le quedaba otro remedio. Seguido por sus escoltas, se dirigió a sus aposentos, donde buscaría tiempo para reflexionar sobre la postura que adoptaría en el segundo día de la Asamblea. En principio no tenía voto, pero al menos esperaba que la jornada venidera fuera histórica, en el sentido de que nunca antes habían existido unas posibilidades tan elevadas de encontrar una Asamblea unida ante un tema que afectaba a todos del mismo modo.
Despidiéndose cortésmente de los guardas que se quedarían vigilando durante una parte de la noche sus aposentos, volvió a repetir la incómoda rutina de seguridad. Instantes después, se abrió la puerta de su zona de descanso, la única situada en la planta baja del edificio (su ascensor comunicaba directamente con la Sala de la Asamblea y con el laboratorio y el hospital), dando paso a un amplio salón lujosamente decorado. Un desmesurado televisor encendido parloteaba y daba luz a la habitación, permitiendo entrever una figura tendida en un sofá. Parecía dormir.

Liathor gesticuló con la mano por delante de un sensor y las luces de la sala se encendieron. Después, miró de nuevo el sofá y contempló a su nieto, plácidamente envuelto en algún sueño. Liathor no pudo evitar que le invadiera una extraña sensación de compasión por el muchacho. La guerra le había arrebatado a sus padres, resignándose ante un hecho tan trágico. El ser un niño, en teoría más despreocupados por los asuntos que únicamente concernían a los mayores, le había ayudado a superar un trance como el sucedido años atrás. Liathor lo veía ahora, allí tumbado, con toda su inocencia. Pero sabía que, a pesar de su escasa edad, su personalidad había adquirido una cierta madurez. Dirigiéndose hacia él, le pasó la mano por la cabeza y le habló dulcemente:
– Loen... Loen... despierta.

El chico, que abría con lentitud los ojos, claramente afectado por el inesperado resplandor que le llegaba del techo, mostró una leve sonrisa al ver a su abuelo y, calmadamente, se incorporó:
– Hola, abuelo. ¿Qué tal te ha ido en la Asamblea?
– Pero... ¿qué haces aquí solo? ¿Dónde está tu instructora? –Liathor no contestó a la pregunta de su nieto.
– ¿Teida? Pobre. Se encontraba mal y hará una hora que se marchó a su casa. La he dejado ir suponiendo que contaría con tu permiso. Creo que tenía fiebre. –Loen no pudo evitar un pequeño bostezo–. Me dijo que tenía que avisarte, pues no quería dejarme aquí solo. Pero, claro, yo me negué: ¡parecía mareada!
– Has hecho bien, Loen. En fin, supongo que tendrás unas pequeñas y merecidas vacaciones.
– ¡He estado estudiando en el ordenador! –resaltó Loen.
– Me alegro de que seas tan responsable –sonrió Liathor a la vez que se fijaba en el televisor.
La periodista Salia Dut hablaba a los telespectadores en una conexión en directo con la Sala de Comunicación, gracias a las microcámaras que sí estaba permitido utilizar después de que el Presidente expusiera algún comunicado; eso sí, instaladas en las oportunas cabinas adyacentes al lugar.
– Según hemos podido saber –comenzó a decir–, la Asamblea se reunirá de nuevo mañana, pero aunque el contenido de este consejo es secreto, a nosotros nos han llegado datos preocupantes sobre lo tratado allí. Algunas de nuestras fuentes se refieren a dos problemas que pueden afectar a nuestro planeta. En primer lugar, se habla de un posible enfrentamiento entre Mandatarios que podría desembocar en un nuevo conflicto armado, a pesar de la despreocupación que nos transmitía esta noche el Presidente.
Liathor sonrió. Estaba acostumbrado a este tipo de rumores.
– La segunda opción, aunque menos probable, nos ha sido repetida por varios confidentes: el posible contacto con seres extratuilaneses –continuó la reportera–. Aunque no hemos podido conversar con fuentes de relevancia, se trata de una opción que no se puede catalogar del todo imposible, ya que...
Frente a la faz preocupada de Liathor, los ojos de Loen brillaban de emoción. Dirigiéndose a su abuelo, no pudo evitar preguntar sobre lo que había oído:
– ¿Es eso verdad? ¿Es verdad lo de los extratuilaneses?
Liathor, desasosegado, continuó prestando atención al televisor.
– Nuestro contacto con gente de palacio nos hace pensar en esta posibilidad que, repetimos, aunque parezca poco probable, no tenemos por qué rechazar. En todo caso les seguiremos informando desde aquí, REITV. Muy buenas noches, les habló Salia Dut.
Otra vez Salia Dut. Liathor no se podía explicar cómo lo hacía, pero siempre conseguía noticias, y la mayoría de ellas ciertas, no como otros, que sólo buscaban un sensacionalismo barato y efectivo. Estaba claro que era la mejor. Entrevistaba a altos cargos y sabía tanto de ellos como los propios entrevistados. Era una mujer respetable, pero temible para el poder. Hacía demasiado bien su trabajo...
En ese momento sonó y se iluminó el aparato de comunicación, instalado en el propio televisor. Liathor miró a Loen. A regañadientes, el muchacho se dirigió a su dormitorio, conocedor de que su abuelo deseaba conversar tranquilo. Después, el Presidente quiso comprobar de quién era la llamada. El televisor mostraba el nombre del Barón Laddermar. Tomando un mando situado en el sofá, Liathor aceptó la conversación. En la pantalla aparecía ahora el Barón, que transmitía desde su habitación en el palacio.

– Liathor, ¿ha visto el canal REITV? –dijo rápidamente el Barón–. Mi embajador en Keontia me ha avisado de que...
– Buenas noches, Laddermar. Sí, lo he visto. Será difícil ocultar la realidad. Confío en que mañana opten por la elección adecuada.
– ¿Y quién se lo ha dicho? ¿Un representado? Yo les informé claramente de que... ¡Los aparatos de comunicación! Han podido meterse en las líneas de...
– No, Barón. Estos mecanismos, al menos en este palacio, son seguros. Las personas no. Y además, Salia no es una periodista que utilice métodos tan escasamente éticos.
– Entonces, ¿cómo ha podido llegar hasta REITV esta información?
– ¿Recuerda el laboratorio y el hospital?
– Sí, por supuesto.
– ¿Cuánta gente había?
– Decenas de personas, diría yo.
– Algún soldado, una enfermera, una doctora, algún científico...
– ¿Quiere decir que cualquiera de ellos pudo haber contado algo? ¿Han sido mal seleccionados?
– No los culpe ni a ellos ni a sus jefes. Póngase en su lugar. ¿No desearía desvelarles a todos lo que usted sabe y el resto no? Me pasó a mí con ustedes. Por una vez, deseaba acudir a una Asamblea, quitarme ese peso de encima, decirle a alguien una realidad distinta a la que la rutina diaria nos depara. ¿Me comprende?
– Perfectamente –asintió el Barón–. Pero... ¿cómo evolucionará todo esto, Liathor? Tengo miedo de la postura de Daiablor. Incluso más que la que tome Craccon.
– Sabe que no he de opinar nada sobre ningún Mandatario. Y menos cuando él no está presente. Esa es vuestra tarea, no la mía. Si no desea nada más...
– No. Sólo queda esperar. Hasta mañana.
– Adiós, Barón –Liathor apagó el televisor con el mando que tenía entre sus manos, desactivando a la vez el aparato de comunicación.
Levantándose, el Presidente se dirigió hacia el dormitorio de Loen. Estaba situado a la izquierda del salón principal, al igual que el de Liathor y otro que ahora nadie usaba. A la derecha había dos baños y un largo y acogedor comedor (no había cocina, ya que la comida era llevada a sus aposentos preparada).
Loen, sentado en su cama, pensativo, se alegró al ver entrar a su abuelo.
–¿Quién era? ¿Es verdad lo que decía Salia, abuelo? –preguntó, precipitadamente, Loen.
– Sabes que, de momento, hay ciertas cosas que, como Presidente, me reservo a no decirte. Al menos, todavía. Cuando llegue el momento...
– Pero...
– Si por mí fuera, te diría la verdad, Loen, pero he de cumplir con mi responsabilidad. No obstante, seguro que pronto conocerás la realidad de todo este asunto. He de guardar las formas, entiéndelo. Y ahora, será mejor que te acuestes. Ya es tarde y mañana deberás estudiar algo, aunque sea un poco y por tu cuenta. Buenas noches, Loen. –Liathor se despidió de su nieto dándole un beso en la frente. Después, apagó las luces de la habitación y se marchó a su cuarto a descansar.
Unos minutos más tarde, Loen, silencioso y precavido, se levantaba de la cama. Evitando cualquier ruido que llamase la atención de su abuelo, cogió una pequeña agenda electrónica de su mesa de estudio y volvió a acostarse. Encendiéndola, se dispuso a conectar con un periódico actualizado. Pronto dio con uno y comenzó a leer la noticia que le interesaba: «se habla de que un ser extratuilanés se encuentra en estos momentos en el palacio de Keón. Hay testigos que incluso afirman haber visto estrellarse un extraño artefacto, la pasada madrugada, en la meseta cercana a la ciudad. Algunas tesis dicen que lo que las autoridades tienen es un ser muerto, proveniente del aparato, sometido a investigación anatómica en el avanzado laboratorio de palacio. Los más optimistas hablan de la existencia de acuerdos entre razas de distintos planetas. Las teorías del extratuilanés parecen cobrar más fuerza que la del conflicto entre Mandatarios».

A Loen comenzaron a cerrársele los párpados. El sueño le impedía seguir leyendo, por lo que, cansado, optó por taparse con las mantas. Sin embargo, no pudo evitar un escalofrío de temor al pensar que tal vez un ser desconocido se encontraba en aquellos momentos en el palacio. Deseaba conocer la verdad, pero también le daba miedo. Finalmente, se durmió.
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