Crítica de "Ocho apellidos vascos": El hecho diferencial
más de 55 millones de euros en la taquilla. ¿Es la película de Emilio
Martínez-Lázaro merecedora de semejante recibimiento popular? A mi juicio,
estamos ante otro caso en el que el éxito comercial no se corresponde con la
calidad del producto (hecho, por desgracia, más habitual de lo deseable en el
mundo del cine).
Crítica de "Ocho apellidos vascos"
Rafa, sevillano, y Amaia, vasca, son dos jóvenes que se
conocen en una sala de espectáculos de Sevilla. A la mañana siguiente de haber
pasado juntos esa misma noche, Amaia desparece a hurtadillas del piso de Rafa
dejándose el bolso: la excusa perfecta que le faltaba al muchacho para salir
por primera vez de su Andalucía natal hacia tierras vascas en busca de la mujer
de la que se ha quedado preñado, que dará lugar a un seguido de situaciones
cómicas. Se trata de una comedia romántica en la que la dicotomía de géneros
queda muy marcada desde el principio por su desigual funcionamiento, causado, a
su vez, por la irregularidad del guión en sus dos partes fundamentales: “Ocho apellidos vascos” tiene unos diálogos ingeniosos que incitan a reír, pero no
una buena historia de amor.
primero. Los chistes del arranque presagian la base sobre la que se sustentará
la comicidad de la película: prejuicios y estereotipos. ¿Simple? Seguramente,
pero también efectivo. El punto fuerte de “Ocho apellidos vascos” está en sus
chascarrillos cómicos. El reencuentro entre los dos protagonistas es brillante,
precedido por la memorable escena del viaje en autobús en que una tormenta
terrorífica hace acto de presencia al llegar a los límites fronterizos del País
Vasco. Así mismo, el encubrimiento al padre de Amaia de su situación
sentimental (trama, ciertamente, bastante manida en la cinematografía)
constituye un buen pilar para un humor que es de agradecer que se aparte de la
escatología. Todo esto apoyado en un gran acierto en el casting a la hora de
elegir a los cuatro actores principales. También destaca la cuidada fotografía
con la que podemos contemplar las distintas bellezas preponderantes de la
geografía vasca y andaluza; natural la primera, arquitectónica la segunda.
romance entre Amaia y Rafa ni emociona, ni convence ni es creíble, lastrado por
un inicio que bordea lo absurdo: una chica extremadamente arisca es seducida a
las primeras de cambio por el “andaluz estándar”, superando, de repente, su
animadversión hacia otro folclore que no sea el suyo y su frialdad con los
hombres en general (así es, al menos, como nos la describen más tarde). Por su
parte, un chico de naturaleza mujeriega experimenta súbitamente una catarsis
sentimental que hace que se enamore perdidamente de alguien con quien no ha
cruzado más que desconsideraciones, insultos e incluso alguna bofetada. No hay,
por lo tanto, un solo atisbo de complicidad entre los dos que justifique tal
amorío. Algo que se mantendrá hasta prácticamente el final, pues lo que predomina entre ambos es el interés (una para quitarse de encima a su padre y el otro
para incrementar su lista de conquistas); y si no es así, nada hace que podamos
presumir lo contrario (de hecho, Rafa hace ademán de huir y abandonar a su “querida”
en más de una ocasión). El único momento afectuoso llega tarde, en una conversación
que podría ser la propia de dos personas que se acaban de encontrar (mejor
hubiese sido incluirla al comienzo), a la que sigue otro momento de discusión cortado por la esperada plena manifestación física de su atracción (transición,
ésta, que, a diferencia de “Aquí no hay quien viva”, produce poca o ninguna
gracia, ya que no sólo se repite en la película, sino que cada vez viene siendo
un recurso más habitual en las comedias románticas).
hay que hablar de la realidad social que “Ocho apellidos vascos” pretende
reflejar. Con una coyuntura como la actual en que las Comunidades Autónomas
actúan como reinos de taifas y unos nacionalismos condicionando la política
española, se ha dejado escapar otra oportunidad para abordar cuestiones, que,
aunque contradigan el pensamiento establecido y lo políticamente correcto, son
indispensables para una mayor comprensión de lo que ocurre hoy. Quizá una
exposición sobre las mentiras y contradicciones que construyen el nacionalismo
vasco hubiese resultado más jocoso que la mera descripción superficial y
estereotipada de la sociedad vasca, a la par que instructivo para las
generaciones víctimas de la educación pública española. También es verdad que
los artistas españoles, en consonancia con el resto de la población, nunca se
han distinguido por atreverse a objetar el statu quo; no hay más que pensar en
el acervo cultural del Siglo de Oro: sofisticación sublime en la forma, pero
nulo espíritu crítico.
Resumen de la crítica de "Ocho apellidos vascos"
que resulta aceptable en su conjunto a pesar de sus carencias. Lástima que
comedias románticas mejores como “Pagafantas” no hayan gozado de tanto amparo
mediático.
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